jueves, 29 de enero de 2009

El Salero (II)

Continuamos con otros ejemplos de textos creados por alumnos de 2º ESO, siguiendo las pautas que ya explicamos en la primera entrada dedicada a este tema.
Aventura en el campamento

Hace algunos años pasé los mejores días de verano de mi vida. Fue en un campamento en Bobadilla de la Sierra, situado en un precioso bosque al que la gente del pueblo llamaba El Salero.
Fueron mis mejores vacaciones porque allí fui con mis primos y mis amigos. Había muchas actividades que hacer durante el día: íbamos de excursión para conocer todos los tipos de plantas comunes por la zona; también se podía hacer escalada, senderismo y conocer los animales autóctonos. Pero para mí, lo más importante, y que siempre recordaré, es que aprendí a nadar gracias a los monitores que trabajaban con nosotros… Fueron unos días estupendos, aunque todo no podía ser perfecto.
Un día, en una de nuestras muchas excursiones, íbamos un poco más lejos de lo habitual. Se trataba de acampar una noche en el bosque. El camino se nos hizo un poco largo. Se nos hizo de noche sin darnos cuenta y no habíamos conseguido aún llegar al sitio planeado por los monitores, donde estaban la leña y los utensilios para hacer de comer.
En ese momento, los monitores se dieron cuenta de que habían elegido el camino equivocado y ya no era posible avanzar por la oscuridad. Estábamos un poco asustados, pero al menos contábamos con tres personas adultas. En medio de este problema se escuchó:
- ¿Qué hacemos para cenar esta noche? –preguntó un muchacho.
Entonces, Alfonso y Cristian, dos de los monitores, fueron por caminos separados a buscar leña, mientras que Andrés se quedó con nosotros.
Una hora después regresó Alfonso, preguntando por Cristian. Nadie sabía nada de él. Pasaban las horas y no regresaba. A la mañana siguiente nos dividimos en dos grupos para buscar mejor a Cristian: grupo A y grupo B. El segundo fue el que localizó al monitor en una trampa ilegal para animales. No podía moverse y le dolía mucho el pie.
Ante esta situación, lo ayudamos a llegar al campamento. Allí no había cobertura en los teléfonos, pero al día siguiente, al ver que no regresábamos a El Salero, nuestros compañeros llamaron a la policía, quienes llegaron apresuradamente para rescatarnos. Ahí terminó nuestra aventura y una de mis mejores y más divertidas vacaciones.

Autor: Alberto Ledesma Herrera (enero 2009) 2º ESO-C




El joven Gabriel

Entre unas montañas altas, blancas por la nieve, se encontraba un pueblecito, que cada día era el primero en descubrir el amanecer. Sus habitantes no conocían la tristeza, amables y afables, reían, bailaban, cantaban y disfrutaban. Cada día era una fiesta, por lo que es fácil comprender que la gente del pueblo llamaba a aquel lugar El Salero.
Allí vivía mucha gente rica, pero también pobre y humilde, entre ellos una familia muy buena que ayudaba a los demás y siempre estaba dispuesta a colaborar en todo aquello que se fuera a realizar en el pueblo. Eran tres sus miembros, una viuda mujer y sus dos hijos, Gabriel, el mayor y Minerva, la hija pequeña. Ella iba a la escuela y él, que ya había terminado los estudios, se quedaba en casa ayudando a su madre. A veces también hacía pequeños trabajos para algunos vecinos del pueblo: el carpintero, el herrero, el panadero, el sastre, etc.
Aquella mañana, Gabriel fue la bosque a recoger leña para la chimenea. Una vez la hubo recogido, emprendió el camino de vuelta a casa. Pero al cabo de un rato empezó a sentirse mareado, tal vez porque transportaba demasiado peso. Al llegar, su madre se percató de la palidez de su rostro y decidió llamar al médico. Éste, un hombre bueno y con mucha experiencia, dijo que era un simple resfriado, que no se preocupara, pero que debía guardar reposo.
Al atardecer, Gabriel dijo a su madre:
- ¿Qué hacemos para cenar esta noche? –preguntó el muchacho.- No he podido ir a la compra.
La madre, con una sonrisa, respondió:
- Leche caliente, chocolate y panecillos. ¡Es delicioso! ¿No te parece?.-
Cenaron los tres juntos y, a pesar de ser pobres, disfrutaron de la cena porque estaban unidos.
A la mañana siguiente, Gabriel se levantó con mucha energía, se sentía mejor, por lo que le pidió a su madre acompañar a Minerva a la escuela. Los dos hermanos caminaban alegremente; a la chica le gustaba ir al colegio porque todos los días aprendía muchas cosas y compartía juegos con sus compañeras y compañeros.
De regreso a casa, Gabriel siguió el camino que cruzaba el bosque. “¡Oh, un pajarillo! Parece que no puede volar.- pensó el muchacho. Mientras socorría al polluelo se dio cuenta de que en el suelo había unas alforjas. A pesar de las advertencias de su madre sobre no coger nada que no fuera suyo, Gabriel las tomó junto a su pequeño amigo, el pajarillo, y se dispuso a regresar a casa.
Menuda reprimenda le echó su madre:
- ¡En estas alforjas hay mucho dinero! Quien las haya perdido estará muy preocupado.
De pronto, escucharon las voces de unos hombres que llegaron apresuradamente a la casa y llamaron a la puerta.
- Disculpe, señora, hemos perdido unas alforjas y nos preguntábamos si alguien…
-¡Aquí tiene! Mi hijo las ha encontrado.
Así, además de una recompensa, Gabriel se quedó con el pajarillo.

Autora: María Cárdenas Serrato (enero 2009) 2º ESO-C

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