
EL SALERO
Presentamos en esta entrada algunos textos escritos por alumnos de 2º ESO de nuestro Centro, a raíz de la actividad de creación que se les propuso para las vacaciones de Navidad.
Para evitarles el pánico a la hoja en blanco, debían seguir unas pautas creativas: emplear unas determinadas palabras u oraciones, las mismas para todos, de forma coherente en su relato. Aparecen en cursiva esas "piezas comunes" en todas las historias.
Iremos publicando algunas muestras de “sus obras maestras”, pero de momento, aquí van los primeros.
Iremos publicando algunas muestras de “sus obras maestras”, pero de momento, aquí van los primeros.
El Salero
Érase una vez, en un lugar perdido del océano, un pueblo de unos mil habitantes. Puesto que estba junto al mar, vivía d ela producción de sal; por eso la gente del pueblo llamaba a aquel lugar El Salero.
Todos vivían muy felices y unidos hasta que un día llegó al pueblo un tal Sr. Smith, muy interesado por las salinas que allí había. El Sr. Smith quería construir en el lugar una fábrica de sal con la supuesta intención de que así, el pueblo se enriquecería mucho y El Salero se haría muy famoso.
Al alcalde le pareció muy buena idea, de modo que aceptó. El Sr. Smith se puso manos a la obra y en varios meses, la fábrica ya estaba lista para ponerse en marcha. Pasaron las semanas y las cosas, puede decirse, que iban bien. Hasta que en una ocasión, el alcalde se acercó a la fábrica para preguntar al dueño qué tal le iban las cosas.
Fue entonces cuando notó algo extraño: dentro de la empresa la sal no se depositaba en paquetes pequeños independientes, sino que iba en grandes sacos marcados con la inscripción “Destino Francia”.
Al alcalde le pareció extraño, así que decidió hablar con el Sr. Smith. Entró en su despacho y le pidió explicaciones sobre los sacos. El gerente le explicó que la sal era exportada a Francia y allí comerciaban con ella en los mercados. El alcalde se fue muy poco convencido con las excusas.
Mientras, el pueblo se iba quedando poco a poco sin sal y el problema era cada vez mayor. Estaba afectando a todos los habitantes hasta el punto de no poder utilizar sal ni en las comidas, por lo que éstas cada vez tenían peor sabor.
En la casa del alcalde, su mujer tenía el dilema de cómo hacer de comer sin que su hijo William notara la ausencia de sal. El chico vio preocupada a su madre en la cocina:
- ¿Qué hacemos para cenar esta noche? –preguntó el muchacho.
- Mira, William, tenemos un grave problema: tu padre cree que el Sr. Smith nos está estafando. –dijo la madre.
Y así la mujer le contó a su hijo lo que pasaba con la sal. William vio que tenía que hacer algo, así que una noche se escapó de casa y se dirigió a la fábrica para ver lo que Smith se traía entre manos.
Cuando entró, escuchó al dueño hablando por teléfono con alguien:
- El cargamento de cocaína ya está preparado; va camuflado en grandes sacos de sal, así los perros no podrán percibirlos cuando lleguemos a la aduana. –dijo Smith.
El joven se quedó de piedra. No sabía bien qué hacer, así que volvió rápidamente a su casa y se acostó, aunque no pudo pegar ojo en toda la noche. Por fin amaneció y William fue corriendo a la habitación donde dormía su padre plácidamente:
- ¡Papá, despierta! ¡Papá, despierta! –gritó el chico- He descubierto lo que Smith está tramando. Es un traficante de droga y está usando la sal para exportarla a Francia. ¡Rápido, hay que llamar a la policía nates de que zarpe el barco con el cargamento!
El alcalde llamó a la policía y rápidamente se acercó a la fábrica de sal. Los agentes llegaron apresuradamente también en ese momento, justo antes de que partiese el barco lleno de droga.
- ¡Alto, está detenido! –gritaron los agentes.
Por fin, arrestaron a Smith, devolvieron al pueblo su sal y El Salero siguió viviendo felizmente.
Autora: Lidia Chavarría Navarro (enero 2009) 2º ESO-C
-------------------------------------------------------------------------------------------------
Una noche de estrellas
En La Arboleda, sus habitantes acostumbraban a contemplar la lluvia de estrellas de la noche de San Lorenzo desde lo más alto del pueblo. Allí había un castillo en ruinas, del que se conservaba un torreón. La gente del pueblo llamaba a aquel lugar El Salero, porque su forma se le parecía.
En aquel día, hace algunos años, María y sus amigos se reunieron en la plaza para organizarlo todo por la mañana.
- Si queremos pasar allí toda la noche, necesitaremos muchas cosas –dijo María.
- Es cierto, debemos organizarnos bien –contestó Javier.- ¿Alguien tiene tiendas de campaña?
- Yo solía ir de campamento y creo que mi padre guardó en el trastero las dos tiendas que teníamos. Me parece que en ellas habrá sitio para todos.- propuso Cristina.
Javier aceptó: “Vale, tú te encargas de eso.”
Sara llevaría las bebidas, Juan, las mantas y Marta y su hermano, la comida.
- Nos vemos a las nueve delante del torreón. ¿Os parece?. –propuso Marta.
-¡Sí! –contestaron todos.
Se despidieron y se marcharon a casa. A Marta y a su hermano les había tocado lo más difícil:
- ¿Qué hacemos para cenar esta noche? –preguntó el muchacho.
Marta se quedó pensativa. Al cabo de un rato dijo:
- Podemos hacer unos bocadillos variados y una tarta para el postre.
- ¡Me parece bien!- exclamó él.
Cuando ya estaban los bocadillos preparados y la tarta a punto de salir del horno, el gato saltó a la mesa y empezó a comérselos.
- ¡Marta, Cati se está comiendo los bocadillos! ¡Tenemos que reponer los que faltan y no llegaremos a tiempo! –gritó el chico.
Eran las nueve y todos habían llegado, excepto Marta y su hermano. Al cabo de quince minutos, llegaron apresuradamente los dos y explicaron a los demás lo que les había retrasado.
Montaron las tiendas y esperaron a caída de la noche. La lluvia de estrellas fue maravillosa y todos la contemplaron boquiabiertos.
Autora: María Quirós Prieto (enero 2009) 2º ESO-B
------------------------------------------------------------------------------------------------
En el nombre del padre
Era invierno. 14 de enero de 1939. Un invierno frío y solitario en un pequeño pueblo de Segovia. Sobre todo para los Fernández.
Ellos eran una familia compuesta por un padre y sus dos hijos. La madre había muerto de cáncer hacía apenas un año. Un día, el padre, Luis Fernández, recibió una carta que le obligaba a marcharse al frente. Sin poder hacer nada para evitarlo, tuvo que dejar a sus hijos en un orfanato durante sus ausencia. Los chicos, Antonio y Julio, lo aceptaron.
Días después llegó la hora de partir, pero antes de subir al tren, Luis dijo a sus hijos:
- No os preocupés, hijos míos, vosotros siempre estaréis en mi corazón.
El tren se fue alejando hasta desaparecer. Los niños fueron llevados al orfanato, antiguo y solitario, donde a pesar de todo, estaban bien atendidos y recibían las cartas de su padre cada semana. Pero las noticias fueron distanciándose día tras día. Julio, el pequeño, rezaba para que su padre diera señales de vida, hasta que perdió la esperanza.
Un día, una familia procedente del campo adoptó a los dos hermanos. El matrimonio vivía en un cortijo que, en realidad era una vieja granja que producía sal. La gente del pueblo llamaba a aquel lugar “El Salero”.
Los chavales fueron atendidos de mala manera, haciéndoles trabajar día y noche, acambio de un simple trozo de pan. Dormían encima de los montones de paja de la vieja y lúgubre granja, mientras los padres adoptivos descansaban dentro del cortijo y comían vacuno todos los días.
Los niños ya no soportaban más la presión y un día Antonio se rebeló y les dijo:
- ¡Ya no aguanto más en este lugar! Sois unos desaradecidos y unos desgraciados. ¡No voy a volver a trabajar más!
-¿Con que no quieres trabajar más, eh? Pues aquí, el que no trabaja, no come. Y gracias a ti van a pagar justos por pecadores. ¡Os encerraré en la cuadra y no saldréis de allí! –rugió el hombre.
Por la noche, los chicos tenían hambre:
- ¿Qué hacemos para cenar esta noche? –preguntó el muchacho menor.
- No lo sé, pero tengo un plan. Mañana escaparemos de aquí. Ahora duérmete. –contestó el hermano mayor.
Al día siguiente por la tarde, los chicos cumplieron con su plan y consiguieron llegar a una vieja carretera solitaria. De pronto, un agricultor que pasaba por allí los recogió. Los chicos le explicaron lo ocurrido y decidieron ir al pueblo a denunciar lo ocurrido. Los chicos no sabían cómo dar las gracias al hombre,ante lo que él respondió:
- No tenéis por qué darme las gracias. Vosotros siempre estaréis en mi corazón.
Llegaron apresuradamente a la comisaría y denunciaron a los padres por explotación infantil. Antonio daba datos sobre lo ocurrido y Julio miraba por la ventana. Minutos después, unos soldados del frente dieron la noticia a los chicos de que su padre había muerto.
Antonio se limitó a llorar desconsoladamente mientras Julio se entristecía. Volvió a observar por la ventana y recordó la frase que había dicho su padre y, más tarde también, repitió el agricultor que los ayudó. Muy pensativo, dedujo que fue su padre quien los salvó en la carretera, como su último adiós. En el rostro de Julio se esbozó una gran sonrisa.
Al mismo tiempo, en el suelo, vio cómo brotaba lentamente una margarita. Daba comienzo la primavera.
Autor: Mauro Sánchez Quintero (enero 2009) 2º ESO-B
------------------------------------------------------------------------------------------------
En La Arboleda, sus habitantes acostumbraban a contemplar la lluvia de estrellas de la noche de San Lorenzo desde lo más alto del pueblo. Allí había un castillo en ruinas, del que se conservaba un torreón. La gente del pueblo llamaba a aquel lugar El Salero, porque su forma se le parecía.
En aquel día, hace algunos años, María y sus amigos se reunieron en la plaza para organizarlo todo por la mañana.
- Si queremos pasar allí toda la noche, necesitaremos muchas cosas –dijo María.
- Es cierto, debemos organizarnos bien –contestó Javier.- ¿Alguien tiene tiendas de campaña?
- Yo solía ir de campamento y creo que mi padre guardó en el trastero las dos tiendas que teníamos. Me parece que en ellas habrá sitio para todos.- propuso Cristina.
Javier aceptó: “Vale, tú te encargas de eso.”
Sara llevaría las bebidas, Juan, las mantas y Marta y su hermano, la comida.
- Nos vemos a las nueve delante del torreón. ¿Os parece?. –propuso Marta.
-¡Sí! –contestaron todos.
Se despidieron y se marcharon a casa. A Marta y a su hermano les había tocado lo más difícil:
- ¿Qué hacemos para cenar esta noche? –preguntó el muchacho.
Marta se quedó pensativa. Al cabo de un rato dijo:
- Podemos hacer unos bocadillos variados y una tarta para el postre.
- ¡Me parece bien!- exclamó él.
Cuando ya estaban los bocadillos preparados y la tarta a punto de salir del horno, el gato saltó a la mesa y empezó a comérselos.
- ¡Marta, Cati se está comiendo los bocadillos! ¡Tenemos que reponer los que faltan y no llegaremos a tiempo! –gritó el chico.
Eran las nueve y todos habían llegado, excepto Marta y su hermano. Al cabo de quince minutos, llegaron apresuradamente los dos y explicaron a los demás lo que les había retrasado.
Montaron las tiendas y esperaron a caída de la noche. La lluvia de estrellas fue maravillosa y todos la contemplaron boquiabiertos.
Autora: María Quirós Prieto (enero 2009) 2º ESO-B
------------------------------------------------------------------------------------------------
En el nombre del padre
Era invierno. 14 de enero de 1939. Un invierno frío y solitario en un pequeño pueblo de Segovia. Sobre todo para los Fernández.
Ellos eran una familia compuesta por un padre y sus dos hijos. La madre había muerto de cáncer hacía apenas un año. Un día, el padre, Luis Fernández, recibió una carta que le obligaba a marcharse al frente. Sin poder hacer nada para evitarlo, tuvo que dejar a sus hijos en un orfanato durante sus ausencia. Los chicos, Antonio y Julio, lo aceptaron.
Días después llegó la hora de partir, pero antes de subir al tren, Luis dijo a sus hijos:
- No os preocupés, hijos míos, vosotros siempre estaréis en mi corazón.
El tren se fue alejando hasta desaparecer. Los niños fueron llevados al orfanato, antiguo y solitario, donde a pesar de todo, estaban bien atendidos y recibían las cartas de su padre cada semana. Pero las noticias fueron distanciándose día tras día. Julio, el pequeño, rezaba para que su padre diera señales de vida, hasta que perdió la esperanza.
Un día, una familia procedente del campo adoptó a los dos hermanos. El matrimonio vivía en un cortijo que, en realidad era una vieja granja que producía sal. La gente del pueblo llamaba a aquel lugar “El Salero”.
Los chavales fueron atendidos de mala manera, haciéndoles trabajar día y noche, acambio de un simple trozo de pan. Dormían encima de los montones de paja de la vieja y lúgubre granja, mientras los padres adoptivos descansaban dentro del cortijo y comían vacuno todos los días.
Los niños ya no soportaban más la presión y un día Antonio se rebeló y les dijo:
- ¡Ya no aguanto más en este lugar! Sois unos desaradecidos y unos desgraciados. ¡No voy a volver a trabajar más!
-¿Con que no quieres trabajar más, eh? Pues aquí, el que no trabaja, no come. Y gracias a ti van a pagar justos por pecadores. ¡Os encerraré en la cuadra y no saldréis de allí! –rugió el hombre.
Por la noche, los chicos tenían hambre:
- ¿Qué hacemos para cenar esta noche? –preguntó el muchacho menor.
- No lo sé, pero tengo un plan. Mañana escaparemos de aquí. Ahora duérmete. –contestó el hermano mayor.
Al día siguiente por la tarde, los chicos cumplieron con su plan y consiguieron llegar a una vieja carretera solitaria. De pronto, un agricultor que pasaba por allí los recogió. Los chicos le explicaron lo ocurrido y decidieron ir al pueblo a denunciar lo ocurrido. Los chicos no sabían cómo dar las gracias al hombre,ante lo que él respondió:
- No tenéis por qué darme las gracias. Vosotros siempre estaréis en mi corazón.
Llegaron apresuradamente a la comisaría y denunciaron a los padres por explotación infantil. Antonio daba datos sobre lo ocurrido y Julio miraba por la ventana. Minutos después, unos soldados del frente dieron la noticia a los chicos de que su padre había muerto.
Antonio se limitó a llorar desconsoladamente mientras Julio se entristecía. Volvió a observar por la ventana y recordó la frase que había dicho su padre y, más tarde también, repitió el agricultor que los ayudó. Muy pensativo, dedujo que fue su padre quien los salvó en la carretera, como su último adiós. En el rostro de Julio se esbozó una gran sonrisa.
Al mismo tiempo, en el suelo, vio cómo brotaba lentamente una margarita. Daba comienzo la primavera.
Autor: Mauro Sánchez Quintero (enero 2009) 2º ESO-B
------------------------------------------------------------------------------------------------
La fuente misteriosa
Esta historia sucedió en 1950, en un pueblo muy lejano, de pocos habitantes y mal carácter.
Allí sucedían cosas extraordinarias: la gente podía realizar trabajos sobrehumanos, como levantar grandes piedras y correr muy rápido. Pero no eran felices porque trabajaban muchísimo. Su secreto estaba en una fuente oculta en una cueva, situada en las afueras del lugar. Aquel manantial echaba una rara agua d color amarillento, con un fuerte sabor salado, por lo que la gente del pueblo llamaba a aquel lugar “El Salero”.
Un buen día llegó al pueblo un muchacho rubio, con ojos azules y la cara sucia de habe restado días perdido. Se acercó a una posada pidiendo un trabajo a cambio de un lugar donde dormir. El posadero, al verlo, preguntó:
- ¿Cuál es tu nombre, muchacho?
- Nick. Me han abandonado y llevo días caminando solo.- explicó tímidamente.
El posadero pensó echarlo de allí, pero le dio pena de él y aceptó que trabajase allí, ya que el hombre ya se estaba haciendo mayor y, como no tenía hijos, necesitaba alquien que se ocupara del negocio cuando faltase.
- ¿Qué hacemos de cenar esta noche? –preguntó el muchacho al posadero, para comenzara ayudarle.
Pasaron los días y Nick se adaptó perfectamente al trabajo, ganándose así el cariño de todos los habitantes. El posadero le contó el secreto de la fuente y le indicó dónde estaba, pero le advirtió que nunca fuera allí porque las personas que bebían su agua y no habían nacido en el pueblo, morían.
Nick pensó que se lo decía para que no bebiera y no tuviera los poderes. Así que una noche se escapó y se fue a la cueva de la fuente. Cuando el posadero se dio cuenta, llamó a todos los vecinos y todos llegaron apresuradamente a la cueva. Pero ya era demasiado tarde: Nick había bebido y estaba tirado en el suelo.
El posadero, triste y enfadado porque quería al muchacho como a un hijo, comenzó a destruir la fuente. Pero justo cuando quitó la última piedra, Nick se levantó con más energía que nunca. El posadero lo había salvado y los habitantes del pueblo descubrieron que sin la fuente no tenían poderes pero eran más felices y alegres.
Autor: Fernando Navío Gómez (enero 2009) 2º ESO-D
No hay comentarios:
Publicar un comentario